Artículo de Marisol Fernández López-Peláez, Médico especialista en radiodiagnóstico, Doctora en Medicina por la Universidad CEU S. Pablo, Profesora colaboradora Facultad de Medicina Universidad CEU S. Pablo . Marisol es hija de ancianos dependientes de 85 y 93 años y clienta de Qida.
Me resulta un interesante desafío escribir este blog, en el que trataré de compartir tanto mis conocimientos y experiencia como profesional de la medicina, como mis temores e inexperiencia en el mundo, para mi recién descubierto, del cuidado de mis padres, de 85 y 93 años respectivamente, que de ser totalmente independientes han pasado en pocas semanas a precisar de una cuidadora en casa. Para ello, quisiera comenzar aclarando que mi situación familiar era de entrada muy complicada, pues el estado clínico de mi madre al alta requirió, en un tiempo récord, a realizar cambios radicales en el mobiliario y disposición de la casa, así como en la rutina familiar dentro y fuera de aquélla. De llevar una vida casi normal, con los achaques propios de la edad, a pasar dos meses y medio ingresada (una semana en la UCI y posteriormente 12 días en estado de coma), volviendo a casa paralitica y con importante deterioro neurológico (adivinen a que enfermedad actual me estoy refiriendo). De ahí mi inmenso agradecimiento a la empresa Qida por su amabilidad y diligencia en seleccionar cuidadora en tiempo récord, además con las características necesarias para llevar a cabo tal complejo servicio.
A día de hoy, 7 meses después de haber contratado los servicios de una cuidadora interna, me siento tremendamente agradecida y feliz por haber conseguido mantener a mis padres contentos, bien atendidos y en unas condiciones de salud que han superado todas las expectativas médicas, especialmente en el caso de mi madre.
Desde el punto de vista del profesional, es preciso, por lo tanto, reconocer desde un principio a qué persona se va a cuidar. Y centrándonos en el aspecto sanitario, hay que diferenciar de entrada al anciano sano, o aquel con limitaciones o deficiencias atribuibles a su edad (déficits motores o cognitivos leves, lo más habitual), que requiere obviamente menor atención médica que aquél con problemas clínicos de mayor gravedad. Por mi experiencia, su cuidado en ambos casos, aunque de un modo primordial en el segundo, conlleva intrínsecamente cierta destreza y/o grado de compromiso de la cuidadora, pues no solo actúa como expendedora de medicinas prescritas a las horas pautadas, sino que se convierte en una potencial detectora de cualquier alteración clínica que pueda alertar de un empeoramiento en su estado de salud. En el anciano, dichos cambios a menudo tan sólo se traducen en bruscas alteraciones de su comportamiento habitual, hecho que una persona que convive con el anciano y al que llega a conocer en profundidad es capaz de detectar, porque le choca o le llama la atención. En no pocos casos, dichos cambios de humor o de conducta pueden responder a alteraciones en la regulación de su temperatura corporal (febrícula, fiebre incipiente). De ahí lo útil y sencillo que resulta disponer en la habitación del anciano de un termómetro axilar o los de uso más reciente, que basta con aproximar a la frente del paciente cuando sospechemos que algo le está pasando. Un analgésico o antipirético de uso habitual puede temporalmente aliviar el cuadro y producir mayor grado de confort en el anciano, aunque si no remite, obviamente requerirá atención médica para despistaje de proceso infeccioso de cualquier índole, torácico o abdominal, que pudiera requerir pruebas de laboratorio y/o radiológicas (RX de tórax, ecografía o TC abdominal).
Otras veces, una simple alteración en el color o el olor de la orina, más fácilmente detectable si el anciano es portador de pañal, puede alertar de algún proceso urológico, como infección o sangre en la orina, motivo más que suficiente para solicitar valoración médica. En este caso, el medico procederá a la realización de un análisis de sangre y orina y según los hallazgos, una ecografía del aparato urinario.
Otro signo interesante y fácil de detectar es un aumento en la frecuencia respiratoria del anciano (conocido técnicamente como polipnea) o sensación de dificultad en la respiración (conocido como disnea), que si es de suficiente intensidad, es referida por el propio anciano como fatiga o sensación leve de ahogo. A veces, en casos más graves, se acompaña de una coloración oscura de tinte violáceo de los labios o de la punta de los dedos por falta de oxígeno en sangre, lo que se traduce una insuficiencia respiratoria. De ahí que también sea de gran utilidad la disponibilidad de un pulsiosímetro en el hogar, un dispositivo pequeño en forma de pinza en el que se introduce la yema del dedo índice y puede medir no solo la frecuencia cardiaca, sino el porcentaje de oxígeno en sangre circulante, siendo los valores normales aceptables por encima de 93-94% en las personas mayores.
Ante los síntomas descritos, acompañados a menudo con valores bajos de oxígeno en sangre, se debe solicitar valoración médica urgente, y en función de la causa del cuadro y/o su evolución, podría requerir administración domiciliaria (de modo temporal o definitivo) de oxígeno al paciente por medio de colocación de unas gafas nasales.
Sin pretender realizar en este blog un tratado de medicina básica aplicada al cuidado del anciano en el hogar, cosa harto compleja e inabarcable y nada más lejos de mi intención, ya que el campo es tan extenso como lo es el estado clínico de cada uno de ellos, tan sólo he intentado aportar una perspectiva que puede ayudar a enriquecer el trabajo de la cuidadora en el hogar, que no obstante requiere a cambio de un mayor grado de compromiso y motivación por su parte, así como una buena comunicación entre la cuidadora y la familia.
Todo ello en beneficio de un mayor cuidado en el nivel de salud y bienestar de nuestros mayores, que, con una adecuada salud afectiva o emocional, es lo mínimo que se merecen y que podemos ofrecerles, a esas alturas de su vida.